21/1/07

Día 8: 23/05/04 RABANAL DEL CAMINO – LA PORTELA DE VALCÁRCE

Y hoy encima, etapa de Alta Montaña! Tanto que habíamos oído hablar de la subida a la Cruz de Hierro, que cuando me levanto a primera hora de la mañana y con el cuerpo sin reponer, hecho un guiñapo, me encuentro literalmente vaciado de energía. No sé si seré capaz de llegar arriba. Voy empaquetando las cosas, me aseo y mientras se despiertan el resto de los ciclistas, todos me van preguntando qué tal y que si necesito algo. ¡Viva el compañerismo entre peregrinos!

Soy de los primeros en salir al patio, y antes de nada vuelvo a echar un vistazo y repaso de fregona a las cercanías de la litera donde “sufrí la indigestión”. Me acerco al bar y pido un té con limón –doble- para ver si me acaba de arreglar y me hace entrar algo en calor. Creo que no solo fue el empacho del cocido, sino que por la mucosidad y un incipiente dolor de garganta, un inoportuno virus ha debido colaborar igualmente.

Al finalizar, mientras todos los demás quedan acabando de prepararse y van a desayunar, pongo un nuevo sello en mi credencial y salgo el primero, diciéndoles a los demás que yo hoy no estoy para seguir el ritmo de nadie, así que voy al mío y cuando me pasen que sigan sin detenerse por mi. Si volvemos a encontrarnos estará bien y sino, fue un placer haber compartido viaje hasta aquí con ellos. Nos deseamos buen camino y, con la frescura de la mañana, que amaneció algo brumosa, inicio las primeras rampas camino de la máxima cota del Camino. El día se va despejando, afortunadamente.

Platos mediano y pequeño, combinados con los piñones más grandes y poco a poco, marco un ritmo acompasado para no vaciarme por completo.

Increíblemente voy tragando millas, e igualmente de incomprensible es que no me adelanta nadie. Llego solo hasta el pueblo de Foncebadón, donde paro brevemente a intentar sellar en la famosa taberna Gaia, pero...está hecha cenizas literalmente!. Dos días antes había sufrido un incendio, aún sin esclarecer y se encontraba rodeada de una cinta de esas que pone la Guardia Civil para cercar el lugar de un suceso. Visita breve a los restos del pueblo, sello en su pequeña parroquia. Salgo de nuevo a la carreterilla y veo que me adelanta –por fin- uno de los asturianos. Me anima a seguir y sin perderle de vista, aunque el me coge delantera, coronamos la Cruz de Hierro en el Monte Irago. Una tremenda emoción indescriptible me embarga: si con el cuerpo echo unos jirones por los acontecimientos pasados la noche anterior, y sin nada sólido en el cuerpo he sido capaz de subir hasta aquí, creo que ya nada me va a frenar. Estoy super-emocionado y se me nota! El asturiano me felicita y nos hacemos unas fotos de recuerdo en el hito. Aún me da tiempo a cumplir otra de las tradiciones jacobeas, al dejar las dos pequeñas piedras, que traía conmigo desde Roncesvalles! (recogidas en su día en el alto de San Mamede y en Calvelo) y me han acompañado en la mochila hasta este momento, como ofrenda peregrinal en la base de la Cruz de Hierro. Otra foto inmortalizando el momento y al poco llegan los otros dos asturianos, que faltaban. Alegrón por parte de todos y comentamos que no nos ha resultado tal malo como lo pintaban; ni siquiera a mi! Un poco más de tiempo y llega Luis. Unas palabras y me dice que los de Castellón vienen por detrás. Allí arriba, brilla el sol y las vistas son magníficas, pero una amenazante nieblilla, nos hace decidir emprender de nuevo la marcha.

Aunque figura como la cota máxima del camino, realmente no es así, pues aún hay que subir un poco más hasta las cercanías de una base militar, no sin pasar antes por el “asentamiento templario” de Manjarín. Es un lugar curioso el que hay montado como refugio y acogida de peregrinos. Difícil de describir con palabras, hay que verlo! Una mezcla de anacoreta, iluminado, hippie trasnochado o, simplemente, un espíritu libre! Es el famoso Tomás –el último templario, como se hace llamar- quien lo regenta y quien ha ido acumulando todo tipo de “objetos” en ese lugar dejado de la mano de Dios. Un sello recordatorio y unas fotos de su famoso señalizador de distancias a diferentes partes del mundo. Ahora nuevas pedaladas en subida, y al coronar el Alto de Cerezales, ya sin detenernos....comienza una espeluznante y agradecida bajada, que haremos toda por carreterilla local, por la que en su día –en sentido contrario- se hizo una etapa de la Vuelta Ciclista a España. Peligrosas curvas, pero terreno seco y día soleado ayudan a reducir el peligro. Llegamos al pueblo de El Acebo, donde la carretera se convierte en un enlosado pizarrero que recorre la calle mayor del pueblo, y a la salida me detengo a hacer una foto ante el monumento que recuerda a un ciclista peregrino fallecido en estos parajes. Ojalá no sigamos su mismo destino!. Continua el descenso, que hago en solitario, con gran alegría, mezcla de la diversión del recorrido y de las sensaciones físicas que voy teniendo. Lo único que me preocupa es que desde que comencé casi el descenso, vengo oyendo un “clak, clak, clak...” en el cojinete de la rueda trasera, y eso no es muy buena señal.

Paso Riego de Ambrós y enseguida aparecen las primeras casas de Molinaseca, justo después de pasar por delante de la capilla de Ntra Sra de la Quinta Angustia. Poco más adelante se cruza su puente románico, que queda al lado de la iglesia de San Nicolás. Debajo, una hermosa plazoleta al lado de un área recreativa con piscina fluvial –de gratos recuerdos para mi- donde extiendo a secar parte de la ropa lavada ayer y aún mojada y me siento plácidamente a esperar a que llegue alguien. Increíble pero cierto...he sido el primero en llegar!

Al poco pasan los asturianos y siguen camino, tras saludarme; y después nos juntamos en mogollón: Luis, los tres de Castellón y por fín, llegan también Cristina y Javier.

Dado la alegría que sentimos todos por haber pasado “con nota” la temible subida a la Cruz de Hierro, y con un solecito muy agradable, decidimos sentarnos en la terracita del Mesón El Palacio y nos tomamos el tentempié habitual a esas horas. Yo aún prefiero no abusar y me conformo con un Cola-Cao reconstituyente. Un sello de recuerdo del momento y seguimos juntos, pasando por Campo sin detenernos. A través de una cómoda senda de caminos de tierra llegamos a Ponferrada, donde el ruido de mi bicicleta se agrava por momentos; creo que así no llegaré a ninguna parte y que voy a tener más problemas si no lo reparo, pero.....es domingo! Así que tras unas fotos al castillo templario, nos encaminamos a la oficina de turismo que tiene el ayuntamiento de la localidad un poco más arriba.

Allí, si no fuera por mi preocupación con la bici, tuvimos una visión gloriosa: una joven y guapísima recepcionista e informadora, de labios sensuales, pelo largo y moreno...vamos un encanto de chica...y además, amabilísima. Le solicito información de un posible taller de reparación de bicis, y me busca inmediatamente tres, pero me insiste en que es domingo. Me da los teléfonos y sus direcciones. Nos sella ¡ a todos ¡ (¿por qué será que todos queríamos tener su sello?). Con el móvil de Luis, que amablemente me ofrece, llamo al primero de los talleres y tras unos largos segundos de suspense...Eureka! el dueño, al que le explico el problema y después de mucho suplicarle, accede a verme la bicicleta, pero no me garantiza que pueda repararla hoy, dado el día que es. Además, me dice que él también es un ciclista que acaba de llegar de hacer su salida habitual con su grupo de aficionados y que tiene que ducharse y comer. No me queda más remedio que aceptar sus condiciones, por lo que –una vez más- me despido de mis colegas y quedamos en que si puedo seguir en ruta, ya intentaré llegar hasta donde vayan. Ellos tienen intención de llegar hasta Villafranca del Bierzo; yo me encamino hacia la zona de Cuatrovientos, un barrio periférico de Ponferrada, donde estaba el taller.

Al llegar me esperaba el mecánico, con más bien cara de pocos amigos y tras un breve vistazo y diagnóstico, me dice que seguro que tendrá que desmontar todo el eje trasero y que si no hay piezas de repuesto tendré que esperar hasta el siguiente día, y de todos modos insiste que se va a duchar, comer y después a ver la carrera de Fórmula 1 (en esta zona, por lo visto hay verdadera pasión con el piloto asturiano de la especialidad, Fernando Alonso). No me queda más remedio que resignarme y aceptar lo que me ofrece. Pensando en la hora que es y que, como poco, aún me quedarán unas tres horas me acerco a comer y relajarme como pueda en el cercano Hostal Conde. Estoy sólo en el restaurante y después de asearme un poco y tomar una tónica como refresco, decido reponer fuerzas. Menú más bien ligero, dadas mis condiciones, aunque me traen demasiada cantidad y casi dejo la mitad. Me distraigo algo de mis pensamientos y malos augurios, por tener que pernoctar aquí casi con seguridad, viendo también la carrera de coches. Nuestro compatriota, también una vez más, no tiene fortuna y se sale de la carrera. Hoy no es un buen día para correr –pienso-.

Estando en estas y con mi postre ya finalizado, cual es mi sorpresa cuando entra el mecánico de bicis, ya aseado y me dice que hemos tenido suerte y que ya está arreglada la bici. ¡ Qué alegrón me da ¡ Me comenta que tuvo que cambiar unas bolas por haberse oxidado, quizás por la humedad, pero que el cojinete estaba intacto. Me cobra 7€ y con la alegría, le dejo 10€ y le comento que me de su tarjeta para colocar su dirección en mi futura página web, además de prometerle que rezaré por él en Santiago. Así que aquí va lo prometido: Gracias de un biciperegrino al dueño de Ciclos Nino, en la Avda de Galicia 77 de Cuatrovientos – Ponferrada.

Total, que más contento que unas Pascuas, pago la factura del restaurante, pongo un sello más y raudo, con Nemenuis bien engrasadita, salgo como un cohete a las 15,40h. para recuperar la senda peregrinal en Fuentesnuevas. Paso sin detenerme por Camponaraya, Magaz de Abajo y llego a Cacabelos. Dado que estos parajes me son todos conocidos y familiares, sólo me detengo a sellar en el albergue municipal y , justo a la salida del pueblo, en un parquecillo al lado de la zona de piscinas fluviales que hay allí, tumbados a la sombra de un gran chopo se encontraban reposando la comida Luis y los tres de Castellón. Les cuento mi aventura y contentos por el reencuentro continuaremos juntos hasta Villafranca del Bierzo, localidad en donde ya hace 11 días, partí rumbo a la salida de mi trayecto. Y el Camino, con sus penas y alegrías, me ha devuelto sano y salvo....por el momento.

Los de Castellón también siguen con problemas en sus ruedas, pero por asuntos de reventones de cubiertas, nuevamente, así que han decidido que se quedarán en Villafranca, para intentar conseguir una antes de acometer las temidas subidas al Cebreiro, en el siguiente día.

Continuamos pues y a los pocos km, tras pasar unos cuantos cerros entre viñedos bercianos, entramos en Villafranca, justo por delante de la iglesia de Santiago y de “la otra“ puerta del Perdón. Resulta que en la antigüedad, al peregrino que por motivos de salud no podía continuar hasta Santiago, se le otorgaba igual el perdón de sus pecados llegando hasta esta puerta. Esperemos que a nosotros no nos haga falta usar de esa indulgencia. Además de una breve parada y fotos de rigor, por debajo de este templo se encuentra uno de los albergues del pueblo y los de Castellón van a preguntar si tienen sitio, en espera de que mañana lunes puedan solucionar sus problemas mecánicos; sobre todo, después de ver que por el camino subían un par de nenitas con las que nos enrollamos en una breve charleta y también se dirigían hacia el albergue. Luis y yo, dada la hora que es, decidimos avanzar un poco más para acercarnos al inicio de las rampas y hacemos una rápida visita por el pueblo, haciendo yo mismo de guía improvisado, dado que de aquí en adelante “jugaré en casa”. Un sello en la oficina de turismo, en cuyas proximidades ya descansan un porrón de peregrinos, aprovechando las horas soleadas del atardecer, mientras saborean sus bebidas en las terracitas de las cafeterías de la plaza, y emprendemos de nuevo la ruta.

A partir de esta localidad, el camino sigue una senda asfaltada y pintada de amarillo, paralela a la antigua N-VI, que desde que construyeron la autovía, ha menguado notablemente su tráfico; por ello, se transita con mucha facilidad y seguridad a lo largo del valle del río Valcarce. Unos km más adelante, tras pasar por Pereje, llegamos a Trabadelo, donde decidimos parar en un pequeño albergue privado que se ha instalado en una vieja casa reconstruída. Tiene dos pisos y todos los servicios, incluso un amplio salón con sofás y un potente equipo de música, en donde unos jovencitos peregrinos ponen su música favorita. Descarga de bártulos, aseo y colada.

Acompaño a Luis a comprar algo de fruta para la cena en un pequeño “ultramarinos” del pueblo y después me acerco al Restaurante Las Calellas a cenar el menú del peregrino. Resulta que nos han dado unos vales descuento en el albergue para ese bar. Aquí también funciona la competencia!

Tras la cena y llamada a casa, vuelvo al descanso, pensando en que mañana entraremos ya en las tierras gallegas y parece cómo si un sentimiento de algo de pena por irse acercando el final, me invadiera; pero....aún faltan muchas millas que recorrer. Al llegar, me encuentro a Luis charlando con un par de chicas peregrinas: una vasca de Zarautz (Marina Ezenarro) y otra de Valladolid, con las que compartiremos el resto de la habitación que nos ha tocado. También está en la habitación un chaval catalán, que parece que ya las conocía de otros tramos.

Poca más historia de este día que finaliza. Tras las penurias del día de ayer, creo que ya estoy recuperado, al menos de fuerzas, aunque sigo con unas leves molestias de garganta y moqueo. Gajes del camino!

Día 9: 24/05/04 TRABADELO – MONASTERIO DE SAMOS

Comienza una nueva semana en la que, s.D.q., llegaremos junto al Apóstol, transitando por mi tierra. Como siempre, emprendo la marcha antes que Luis, el cual se quedó tomando su desayuno de fruta y yogur, así que coloco el sello del albergue y salgo hacia los pueblos del valle; paro en el café-bar El Peregrino de la Portela de Valcarce, antiguo bar de carretera, en donde estoy solo con el dueño y me prepara un reconfortante desayuno: zumo, vaso grande Cola-Cao y tostadas de pan recién sacado del horno con mantequilla y mermelada. Buena reserva energética para lo que me espera.

Al finalizar, aún no ha llegado Luis y no se si estará por detrás o habrá seguido, así que ante la duda decido continuar solo ya que el Camino siempre nos ha vuelto a juntar. Estampo el sello del bar, hago una foto de recuerdo a un monumento al peregrino que tienen en la localidad y tiro millas camino de Ambasmestas y la Vega de Valcarce. Aquí hago unas fotos al castillo de Sarracín, que hay en lo alto de una colina, y ya comienza el desvío por una carreterilla local que se encamina hacia el Cebreiro. Paso por Ruitelán, Las Herrerias, Hospital...todo aldeas minúsculas que el tiempo mantiene a duras penas como antaño, y que han sufrido el más absoluto abandono por parte de la civilización. Incluso se ven carteles de casas en venta! Aproximadamente a un km a las afueras de este último paraje, se plantea una duda; existe un desvío señalizado: de frente por carretera, para las bicis; a la izquierda, puro camino. Para seguir con la costumbre y con el reto marcado, continuaremos todo por el trazado marcado para los de a pie.

Al poco de entrar en la senda de caminantes, hay que bajarse de la montura y empezar a empujar, recorriendo una auténtica “corredoira” entre un paisaje arbolado que lo cubre todo, pero con un firme infernal no apto ni para mucho del ganado que habría en su día en estas tierras. El suelo, plagado de unos enormes pedernales pizarrosos y graníticos, y con una pendiente endemoniada, hacen sudar la gota gorda a los caminantes, así que imaginad lo que supuso subir empujando a Nemenuis. Me cruzo con varios peregrinos brasileños, que cuando me ven subir con mi bici y los bártulos, me comentan que ... “el camino no es tán fácil como creían ellos para los ciclistas” . Efectivamente ya no lo es, pero con estas condiciones de terreno, peor aún; y eso que el día acompañaba. No quiero ni imaginarme este tramo con lluvia o nieve. El santo también nos favorece por aquí. Después de casi una hora de dura ascensión –peor que el Erro o el Perdón- llego a la entrada de la aldea de La Faba, donde somos recibidos por los ladridos de inquietos perros. Al lado, una pareja de añosos campesinos están sembrando su cosecha anual de patatas, sobre un campo bien estercolado con la “producción” de su ganado vacuno. Y, además lo hacen a la vieja usanza: él está arando con una yunta de vacas que tiran de un viejo arado de estilo romano. Vamos, que me recuerdan los años sesenta en nuestra querida Galicia. ¡ Cuántos recuerdos de mi infancia me vienen a la mente con aquella estampa y aquellos olores ! Le pregunto si me deja hacerles una foto de recuerdo, a lo que acceden amablemente y retrato –según la denomino- a la última pareja de vacas arando. Me quedo charlando un poco con ellos sobre la dureza de su trabajo cuando pasan los peregrinos brasileños y se sorprenden también de la estampa. Me despido de los señores y un poco más arriba estampo un sello en la Junta Vecinal.

Desde aquí el terreno se vuelve algo más liviano, desapareciendo ya los pedruscos y suavizándose la pendiente, permitiéndome en algún momento recuperar, en parte, algunas pedaladas. Antes de llegar a la frontera leonesa-galaica me cruzo con un par de chicas peregrinas: una italiana y la otra francesa. Llegamos casi a la par al monolito que nos informa de que ¡ por fin estamos en GALICIA !. Otra vez una mezcla de sentimientos me hacen sentir una profunda emoción. Un vistazo hacia atrás permite ver en la lejanía todos los montes leoneses que he atravesado. Al poco llegan también los brasileños y entre todos intercambiamos cámaras y fotos de recuerdo. La pareja de chicas, están algo disgustadas pues han perdido el cargador de su cámara digital y me preguntan si en el Cebreiro habrá lugar para comprar otro, pues sino se han quedado sin carga y no podrán llevarse el recuerdo gráfico de estos lares. Desgraciadamente les manifiesto que dudo que puedan hacerlo, pero que si les sirve, les ofrezco el cargador que yo llevo para que lo enchufen en algún bar del pueblo mientras yo estoy allí tomándome un refrigerio. Supongo que pensarían que menos da una piedra y me agradecen el detalle.

Continuo ya los últimos metros hasta la cumbre del Cebreiro, entrando en el pueblo por la zona donde suelen aparcar los autocares de turistas, cerca del monumento a los Caminos de Santiago, bajo un cruceiro. Una foto de recuerdo y me dirijo hacia el albergue. Sello de los “Cabaleiros do Santo Grial” y al salir llegan las peregrinas extranjeras. Les enchufo su cámara a mi cargador y la dejamos en la conserjería del albergue, mientras me acerco a un bar para tomar el bocata mediomañanero. Muchos caminantes, peregrinos y turistas mezclados en el lugar. Mientras me sirven, justo entran Cristina y Javier. Vienen cansados pero no tanto como habían sospechado por la dureza de la subida, aunque ellos lo han realizado por carretera. El único problema que trae Cristina, y que después de tantos km aún no ha logrado vencer, .....su CULO, CULO, CULO. Nos tomamos unas cervecitas y comentamos los detalles de la etapa. Ellos se quedarán hoy por aquí. Un nuevo sello de la Asociación del Camino de Santiago del Santo Grial y hago una breve visita a la parroquia de Sta María la Real do Cebreiro. Fotos de la imagen y del famoso cáliz, que según la leyenda, se trata del Santo Grial. Estampo otro sello y pido una nueva credencial en el interior del templo, ya que las dos que llevaba, con mi numerosa colección, están ya casi completas, y ....aún me quedan bastantes que poner, hasta el final de mi aventura.

Entre todo esto, casi ha pasado hora y media y decidido a seguir camino, me acerco de nuevo al albergue para recuperar el cargador de mi cámara. Las jóvenes peregrinas al verme llegar, me dan las gracias por el detalle y me piden si me pueden hacer una foto con ellas de recuerdo, llamándome “guapo español” ¡ Lo que hace el agradecimiento, o la falta de gafas ! El caso es que no me acuerdo ni de sus nombres y no guardo ningún recuerdo de ellas, aunque ellas sí lo tuvieran mío; quien sabe si algún día puedan leer estas líneas en alguna página de internet y se acuerdan del biciperegrino que les “cargó las pilas...fotográficas”.

Estando de charla con ellas, veo también a Luis, que hacía un ratillo que había llegado por carretera. Nos alegra el reencuentro y contándonos las peripecias vividas por ambos hasta este momento, decidimos continuar, ya juntos.

Ahora se inician los tramos de constantes subes y bajas por el territorio galaico. Pasamos por Liñares antes de llegar al Alto de San Roque. Aquí suele hacer bastante mal tiempo; mucha niebla y viento, tanto es así que el monumento al peregrino que hay en la cumbre, así lo quiere demostrar. Hoy hace algo de fresco, a pesar de ser las 13.25h, pero soleado, así que tomo unas fotos del lugar e iniciamos un bonito tramo de descenso por carretera. Luego volvemos al tramo por caminos. Pasamos por bonitas veredas que nos conducen a Hospital de la Condesa; atravesamos Padornelo, con su bonita iglesia de San Juan, de la que hacemos bastantes fotos y, tras un duro tramo de estrecha senda en cuesta llegamos al Alto do Poio, donde nos encontramos una ingente marabunta de peregrinos, la mayoría extranjeros, que abarrotan el pequeño bar que hay en el alto. Unas cervecitas, un “desagüe”, un nuevo sello y decidimos buscar otro sitio para parar a comer menos concurrido.

Lo malo es que a partir de ahora, sólo se sucederán minúsculas aldeas sin ningún servicio para poder comer hasta Triacastela. Es ya tarde –14.40 h- pero tomada ya la decisión partimos. Fonfría, Biduedo –con su capilla de San Pedro, la más pequeña del camino-, Filloval, As Pasantes....pequeños pueblos de montaña lucenses. En un tramo trialero de descenso empinado con abundantes piedras, que impiden soltar las manos del freno, una inoportuna avispa “deposita” su aguijón sobre mi muñeca derecha, y sin más que un alarido de exclamación llego hasta Ramil. A la entrada del pueblo, refriego un poco de agua fría para aliviar el incipiente habón que me ha salido y contemplo un viejo y milenario castaño. El cielo comienza a nublarse.

Un escaso km nos separa de Triacastela. Justo a la entrada del pueblo vemos un grupo de peregrinas sentadas en la terraza de un bar, tras haber completado su comida. Pasamos, inicialmente, de largo para dar una pequeña vuelta por el lugar y después retornamos al bar-restaurante de las peregrinas, donde aparcamos las bicis y pedimos el menú.

Comenzamos a entablar conversación con las peregrinas, comentando incidencias de las diferencias entre la ruta de los de a pie y los bicicleteros. Les pido si por casualidad llevarán en su botiquín una pomada con un corticoide para mi picadura, y ante la utilización de este término, me fichan. Resulta que las cuatro, son colegas de mi mujer –médicos de familia- antiguas compañeras de formación académica que han salido desde Ponferrada.

Establecido ya cierto grado de confianza, decidimos juntar nuestras mesas, mientras nosotros damos cuenta de nuestra comida y ellas nos dan charla con un cafelito. Al concluir, aparecen como motos......”Los 3 de Castellón” !.

Esto debe ser un presagio de algo. Nos juntamos todos y cuando estamos con risas y comentarios, el cielo ya ennegrecido previamente, comienza a descargar una magnífica tormenta. Recogemos a prisa todas las mochilas y bártulos, mientras las bicis nos las dejan guardar en un sótano cercano de un paisano y pasamos al bar a tomarnos un café.

Las pintas del día cada vez son menos agradables. Se hace tarde, continua lloviendo y no hay un solo sitio libre en los albergues del pueblo para quedarnos, así que en vista de lo que se nos puede venir encima y sin cobijo, sugiero que un lugar cercano para ver si hay sitio, puede ser el albergue del Monasterio de Samos. Luis se encarga de la pertinente llamada, solicitando posada “para tod@s”. Resulta, que nos confirman que hay plazas vacantes y le insistimos que vamos a llegar pronto y que nos reserven.

Por mi parte, la idea inicial que tenía -llegado este punto- de tomar la alternativa de ir por San Xil y subir el Alto de Riocabo camino de Sarriá, debo abandonarla, en parte por las condiciones climáticas y en parte porque, dado el clima de compañerismo que se ha formado, me apetece seguir con el grupo para pasar esta tarde-noche tod@s juntos. El recorrido paisajístico más bucólico quedará para otra ocasión más favorable.

El grupo de las chicas, ante la situación lluviosa y los km que quedan para Samos –unos 10- decide separarse: un par de ellas, con menor espíritu de sacrificio quizás, o menos penas que redimir, alquilan un taxi y con las mochilas de todas se acercarán al destino final; la otra pareja, a pesar del tiempo, completarán la jornada a pie.

Por nuestra parte, los “5 magníficos” ya juntos, nos encaminamos en una escampada, dirección hacia Samos, recorriendo gran parte del trayecto por carretera y otras zonas de caminos bastante mojados, que hacen más peligroso el pedaleo. De hecho, al final de un corto descenso por una corredoira, el camino gira en 90º hacia un puentecillo. Clavamos, todos, los frenos con el consiguiente derrapaje de ruedas y algunos seguimos casi de frente, pero sin percances. Varias aldeas ganaderas y por fín, medio empapados llegamos al Monasterio de Samos.

El albergue, de los del tipo masificado, con literas apiñadas, de dudosas condiciones higiénicas, pero....en esas condiciones, y con las juergas que nos traemos, todo nos vale. Lo habitual al llegar; descarga de mochilas y ducha reparadora, aunque hoy debido al clima y al lugar, que no cuenta con servicios adecuados para ello, pasaremos de la colada.

Ubicados en literas próximas, guardamos sitio a las peregrinas que esperamos y al poco ya llegan dos de ellas: las de menor espíritu peregrino.

Salimos todos a dar una vueltecita por el lugar, tomamos unas cervecitas y llegan las otras dos chicas que faltaban. Empapadas, las llevamos al albergue para que se duchen y les enseñamos sus “bellos aposentos” cercanos a los nuestros. Después iremos todos juntos a cenar.

De nuevo caen chuzos, así que pensamos que lo más oportuno es acercarnos al bar-restaurante más próximo al albergue, casi en frente: hotel-restaurante A Veiga.

Abundante cena, agradables charlas, comentarios sugerentes y acabamos entre risas con unos chupitos de aguardiente de hierbas –yo, con un ponche de coñac, por un incipiente catarro que arrastro-. Nos hemos pasado media hora de la convenida para el cierre del albergue: son las 22.30h. Salimos pitando, después de sellar una vez más, de recuerdo.

La puerta del albergue está cerrada, pero ante nuestra llamada, y supongo que ante la posibilidad de amenaza de gritos de nuestra marabunta, si no nos dejaban el paso franco, el “sésamo” se abre y todos a la cunita.