21/1/07

Día 13: 28/05/04 NEGREIRA – FINISTERRE – FARO DE FINISTERRE

Igual que en anteriores días el astro rey lucía o acompañaba al despertar el día, hoy ni rastro de él. Día con nieblilla y una persistente y fina llovizna que, intuyo me va a calar. Hay que experimentar todo lo que la ruta y el Camino te ofrecen, hasta las cosas menos agradables.

Al igual que hacía en el Camino Francés, procuro salir temprano y sello en el albergue de Negreira para acercarme después, nuevamente al pueblo a desayunar y tomar unas fotos de un bonito monumento alegórico a la triste emigración gallega. Hoy se agradece algo calentito para el cuerpo.

Al emprender la marcha de pedaleo resulta que ya son las 9,10h y comienzo a transitar por auténticas corredoiras, entre niebla y paisajes propios de la zona. Espesa vegetación, arboleda, humedad ambiental...la verdad es que entre las zonas por las que circulo, la soledad de no cruzar a nadie por esta ruta hacia el fin del mundo, verdaderamente puede uno sentir la dureza del peregrinaje en otras épocas menos concurridas del Camino de Santiago.

Se van sucediendo aldeas y cuestas que hay que ir superando, y poco a poco me voy empapando más, no sólo del ambiente peregrinal sino, literalmente, hasta los huesos. Los pasos a través de pequeñas aldeas, muchas veces no bien señalizadas, acompañados del día poco apacible me hacen tomar escasas notas y hacer pocas fotos en todo este largo recorrido. Algunos detalles que me cruzo justo enfrente, como un bonito cruceiro con una Piedad en la zona de Zas, antes de emprender un tramo de duro piso empedrado, no apto ni para las cabras, son casi los únicos en que me fijo brevemente.

Lo demás serán pedaladas, sudores, humedad y esfuerzo. En alguna zona más dura decido ir por algún tramo de carretera. Por todo ello, el trazado y comentarios de estos parajes los tengo menos detallados en mis notas.

Cuando paso por el lugar de Maroñas, en la comarca de Mazaricos, me detengo en un modesto bar al pie de la carretera, donde me encuentro con los dos primeros peregrinos que veo por esta ruta. Son dos extranjeros, de aspecto ya jubilados que dan buena cuenta de unos bocadillos y descansan un rato. Yo por mi parte también daré cuenta de uno mientras me tomo un Cola-Cao calentito para entrar en calor. Al finalizar estampo mi primer sello del día en la ruta y continuamos hacia el destino.

Los paisajes se van sucediendo y cuando el cuenta-km de la bici marca unos 25 km de pedaleo, comienzo el ascenso de un monte entre zonas forestales de eucaliptos –muy abundantes por estas comarcas- , hasta alcanzar el Monte Aro, desde el cual, y en su descenso puedo ver la cola del embalse de Fervenzas o de Mazaricos. Con mejor meteorología y sin niebla me imagino las espléndidas vistas y paisajes que deben observarse, pero hoy no está propicio para ello.

Así llego a otra población importante en este tramo de hoy. Se trata de Olveiroa. Prácticamente no paro en la población. Sigo hacia Logoso y al pasarlo aparece la fábrica de carburos de Ferroatlántica. Un poco más adelante hay un bar al lado de la carretera, justo al llegar al desvío de caminos que hay en una rotonda próxima a Hospital. Desde aquí, se bifurcan el ramal que sigue a Finisterre –por la izquierda- y el que va a Muxia –de frente-. Continuo unos pocos metros más adelante, pero el día está de perros, yo voy calado, empiezo a sentir que necesito un descanso físico y mental, así que decido volver sobre mis pasos y acercarme en descenso de carretera al bar-restaurante que había visto. Aprovecharé para comer algo ya que es mediodía y dada la escasez de servicios por estas aldeas es mejor aprovechar este lugar.

Mientras me van preparando algo de comer me acerco al WC y aprovecho para cambiarme, al menos de calcetines y ropa, para no comer empapado. También me quito los deportivos de ciclista que llevo calzados y los lleno de papeles de periódico para intentar absorber algo de la humedad que llevan.

El bar lo regenta una joven familia, cuyo hijo pequeño no para de mirarme, entre asombrado y asustado por tales pintas que lleva un extraño que monta en bici por esos lugares y con semejante tiempecito. ¡ Qué pensaría el pobre chiquillo ! Me hizo recordar más intensamente a otro pequeñín que llevo en el corazón!

Tras reponer fuerzas y entrar en algo más de calor, pongo un sello en el café-bar O Casteliño –que así se llamaba- pago mi factura y le entrego la propina al pequeñín de la casa, el cual ya me mira menos desconfiado. Agradezco el trato y de nuevo me pongo en ruta.

Me encamino nuevamente por carretera para recuperar la senda tras el desvío de la rotonda y subo por pistas forestales hasta el Marco do Couto. Es una bonita zona entre bosques de eucaliptos, donde hay un solitario y bello cruceiro, al cual retrato par el álbum.

A partir de aquí, teóricamente comienza una zona de prolongado descenso que nos conducirá ya hacia Finisterre. A estas alturas, la niebla es tan cerrada que, difícilmente se ve más allá de un par de metros. Ni que decir tiene que hay que ir intuyendo el camino y siguiendo por el probable recorrido más favorable. Los puntos de referencia que llevo en mi libro de ruta no me sirven de mucho, ya que la mayoría ni siquiera los veo y seguro que paso al lado.

En varias ocasiones tengo la sensación de auténtica pérdida entre estos inhóspitos parajes del día de hoy, llegando a temer que realmente sufra un despiste irreparable. Sólo me alegro un poco al aparecer de golpe, frente a una pequeña área recreativa de la ermita da Nosa Sra das Neves. Además de la pequeña ermita –cerrada- hay un bello cruceiro granítico, una pequeña imagen de la virgen en una especie de “peto de ánimas”, y una fuente con propiedades curativas para la piel –la cual no encuentro-. Numerosos cirios y velas aún permanecen encendidos en ofrenda. Con los restos de alguno de ellos enciendo mi particular ofrenda y pido amparo en lo que me resta de jornada, dadas las condiciones climáticas y del terreno desfavorables.

Cuando en el cuenta-km de la bici marca unos 50 km de marcha, llego a una zona en alto llamada el Petón da Armada, desde donde supuestamente se tienen las primeras vistas panorámicas del cabo de Finisterre. Ni que decir tiene que las únicas vistas que tengo son las de los eucaliptos y el trazado del camino que puedo percibir tras una intensa y cerrada niebla.

Ahora inicio una fuerte pendiente que me conduce a la entrada de Cee. Se trata de un importante núcleo poblacional de la comarca, con todo tipo de servicios, de tradición marinera y en donde se ubica ya uno de los hospitales comarcales del sistema sanitario público gallego.

Poco me detengo y dado que la niebla aquí ya ha levantado, aunque persiste el triste y gris día, después de los duros tragos que he pasado por el monte, poco después de atravesar Corcubión, sigo por carretera un tramo en ascenso y atravieso pueblos como Amarela, Estorde, Sardiñeiro y Calcoba.

Aquí ya se divisa, tanto la población como el cabo y la zona costera a la que me dirijo. Estamos entrando por una zona playera al borde del mar: playa Lagosteira, que se continua por un paseo marítimo enlosado con pizarra y que finaliza ante el cruceiro de San Roque, a las puertas de las primeras callejuelas del pueblo de Finisterre. Aquí me detengo un momento para agradecer la llegada al lugar sin percance, salvo mi empapadura, y me dedico a contemplar las bonitas vistas del puerto y del mar. Una foto de recuerdo.

Continuo callejeando y me conduzco directamente al albergue y al ayuntamiento del pueblo, cerca del puerto. Al llegar, en su interior se encuentran varios peregrinos extranjeros y un hombre, más bien con cara de pocos amigos, al que me dirijo para pedirle si me puede sellar la credencial y facilitarme el certificado de la Finisterrana –el equivalente de la Compostela- como prueba y certificado de haber prolongado mi camino hasta estas tierras.

Cuando el hombre me oye hablarle en gallego, le cambia algo la cara y me interroga brevemente sobre mi procedencia, mi familia, el viaje y otras cosas varias, a la par que me explica que “a esas cosas se dedica su hija” y que él no controla mucho esos temas, pero que lo va a intentar. El caso es que se sienta delante de un ordenador y en poco tiempo me imprime el famoso certificado peregrinal de Finisterre con la fecha y mi nombre: obtengo mi tercer certificado peregrinal ! . Le doy las gracias, me estampa un par de sellos en la credencial y le pregunto por un hotel para dormir esa noche.

Sí...habéis oído bien: UN HOTEL para dormir esa noche! Después de 13 días de pernoctar en lugares de dudosa calidad y dificultoso descanso –salvo el piso de Luisa en Santiago-, esta tarde-noche vendrá a visitarme mi mujer y nos encontraremos después de dos semanas de separación forzosa y “descansaremos” juntos en un hotelito. El -ahora amable y simpático- padre de la hospitalera me da varios nombres y direcciones de lugares donde dormir en compañía de mi mujer y me ofrece su propio teléfono para que la llame y quede con ella. Increíble lo que se consigue a veces con amabilidad y educación!

Tras haber contemplado estas escenas, varios peregrinos extranjeros que esperaban para completar sus “trámites burocráticos” intentar lo mismo con el buen señor, aunque me pareció que iban a tener diferente resultado al mío en su gestión. Mala suerte! Desconfianza o animadversión hacia los extranjeros en estas tierras por parte de algunas personas que, a veces, están poco a favor de la “colonización y masificación del turismo”. Me dieron un poco de pena por el trato más bien seco que recibían, y seguro que ellos no pertenecían a la categoría de los “peregrinos light”, pero son cosas que pueden ocurrirnos a todos entre tanta gente diferente con la que te topas en esta aventura.

El caso es que tras contactar por teléfono con Loly –mi mujer- y dado que aún le queda casi una hora de viaje hasta llegar, monto de nuevo en la bici y me dirijo hacia el Faro del Cabo de Finisterre, a través de una carreterilla que asciende constantemente a la salida del pueblo. Antes de llegar, se pasa por la iglesia románico-ojival de Santa María das Areas. En ella, además de la advocación a la virgen, se encuentra una talla gótica del Santo Cristo de Finisterre. Me detengo a visitarla y presentar mis respetos y agradecimiento al “señor”, tras haber hecho lo propio con el “vasallo” en Compostela.

Unos momentos de paz y sosiego, unas fotos del interior y de nuevo recupero las pedaladas hacia el fin del mundo.

No por conocido el lugar dejo de sentir una profunda emoción cuando llego hasta la base del mismo faro. Hasta aquí han sido 933 km ! de esfuerzo los que llevo recorridos en mi Camino. Sólo perturba un poco este instante el hecho de que la meteorología me sigue siendo esquiva en el día de hoy y la niebla cerrada impide disfrutar de las hermosas y grandiosas vistas que hay del inmenso océano. Menos mal que ya he estado por estos parajes en otras épocas más propicias y he podido disfrutar de todo ello, tal como puede ser contemplar la puesta de sol desde este emblemático y esotérico lugar. Algo digno de verse. Intento buscar en el baúl de mis recuerdos esas imágenes para que las condiciones climáticas no rompan el encanto del momento.

Por fin, tras unos momentos de relax, cumplo con la tradición de “quemar” alguna prenda que se haya usado en el camino, como signo de renovación y purificación de la vida futura que emprendamos tras concluir nuestra peregrinación. Sin embargo, y para ser sinceros, no fue literalmente así, ya que no disponía de mechero o cerillas y no encontré por allí a nadie que las tuviera; así que no tuve más remedio que contentarme con depositar aquellos viejos calcetines, que me jorobaron en la famosa etapa de San Millán de la Cogolla, en un contenedor-papelera que había en la zona de descanso del faro. Espero que a efectos prácticos tenga el mismo valor simbólico!

Hago unas cuantas fotos de recuerdo, sobre todo, la que deja constancia de que Nemenuis me trajo hasta estas tierras, como quedó atestiguado en su presencia ante el mojón indicador del Km 0 del Fin del Mundo.

No sólo la montura merecía tal honor, sino que este bici-peregrino fue retratado igualmente en ese punto por una amable jovencita británica que llegaba allí en el final de su peregrinaje cuando yo me disponía a partir de vuelta hacia el pueblo. En compensación ella también me usó de fotógrafo particular para certificar en imágenes su llegada al fin del camino.

Ya sólo me quedaba emprender el descenso hacia el pueblo, donde había quedado con mi mujer. Mientras la esperaba, tomé una cervecita en un bar de la plazuela que hay próxima a la zona portuaria y en la que se puede ver un monumento dedicado a la crudeza de la emigración gallega, tan frecuente en estas zonas en épocas pasadas. Mereció una foto de recuerdo.

Amablemente, los empleados del bar atendieron mi petición y me dejaron un cubo y agua para limpiar el barro y adecentar un poco la bicicleta.

Al cabo de un rato apareció mi mujer en su coche, y nos fuimos a un hotel próximo donde ya había reservado habitación ella. Un feliz y cálido reencuentro tras tantos días de ausencia, una ducha reparadora y nos fuimos a dar un homenaje gastronómico bien merecido por ambas partes, para festejar tales acontecimientos, a base de riquísimo y fresco marisquito y pescado de la zona, regados con un buen albariño. Sitio muy recomendable: parrillada Tira do Cordel.

Tras llenar bien el estómago y con tanto que contarnos, vuelta al hotel a reposar juntitos.......pero eso, no es tema de este diario.